Conocer a Pablo ha sido uno de los gratos encuentros que he tenido desde la llegada a las redes sociales; encuentro digo, por que es una persona reflexiva, con la que hablar fuera de ellas con calma y serenidad por todo lo que aporta y la coherente filosofía de vida que mantiene.
Me siento muy agradecida de que comparta con nosotros este post, que para mi es muy especial y ha debido ser difícil para él escribir.
Tras la lectura del texto, también he decidido que sobraba su foto de presentación aquí como suelo hacer siempre en esta sección, y he preferido directamente que le conozcáis los que llegáis a él por primera vez desde aquí, a medida que vayáis descubriendo el texto.
Me lo ha enviado sin título, así que me he autoregalado el llamarlo:
CAMINANTE NO HAY CAMINO...
Coincidencias de la vida, Sandra me pidió que escribiese un
texto relacionado con mi experiencia profesional en el que ha sido mi trabajo
durante exactamente los últimos 7 años y medio, los dos primeros solo como
vendedor y el resto también en calidad de mando intermedio. Se da la
circunstancia de que precisamente al término de este mes de
abril finalizó ese periodo, lo cual creo que me obliga de algún modo
a una recapitulación que sirva de cierre para este ciclo profesional y
en la que solo pretendo referir alguna que otra idea personal en
base a mis experiencias. Por eso, me voy a concentrar en dos de los
aspectos cruciales en el desempeño de la que hasta hace apenas unos
días fue mi función: el de vendedor y el de mando intermedio.
Comentaba que he trabajado de vendedor, lo cual es
curricularmente cierto, aunque si digo dependiente -y también reponedor- creo
concretarlo mejor. No obstante, los últimos años sí han requerido el desarrollo
más deliberado de la faceta comercial porque era la que más se valoraba.
Con la irrupción de la crisis, digamos que comenzó a prestarse
más relevancia a una manera de vender más consciente, entendida como un
trato a la clientela acusadamente atento, de manera que su experiencia de
compra fuera lo suficientemente plácida como para que deseasen volver al
establecimiento: a esto lo llamaremos fidelizar al cliente.
Otra cuestión es
que se identifique esto último con expedir cuantas más tarjetas de
fidelización sean posibles, que no me parece exactamente lo mismo, pues si bien
un cliente con tarjeta compra más, no todos los clientes que la pagan la
necesitarán, ni que la obtengan equivale a que deseen volver a la tienda
(fidelizar) cuando sabemos que a veces lo hacen obligados por la
propia tarjeta. Por otra parte, soy partidario de mejorar la
proactividad del vendedor en la experiencia de compra, pero siempre y
cuando el motivo sea el cliente y no se utilice un argumento
tan perfectamente válido como pretexto con
que justificar la reducción de personal. Y si es necesario
recortar, somos menos y hay que atender mejor, pues se explica, ya que es
más fácil que te sigan si cuentas las cosas tal cual son.
Sobre la cuestión de la venta sí añadiré que, para
empezar, es complicado convencer tanto a dependientes de que se
reconviertan en comerciales como a clientes de que se compren aquello que no
vinieron a adquirir. Según mi experiencia, ello es debido a la percepción
peyorativa que hemos interiorizado de manera notoria en nuestra
cultura acerca del fenómeno de la venta como un ejercicio de manipulación
-cuando no directamente de engaño-. En mi caso, he aprendido a
no avergonzarme de vender cuando me ha tocado hacerlo, aunque el
cliente desconfiase a priori de mi comportamiento; en
realidad, tal percepción responde a ese manido y forjado concepto
de la venta como engaño y no -al menos- a mi manera (y de otros
muchos) de vender, que consistía sencillamente en explicarle con
claridad y franqueza al cliente cuáles son las condiciones económicas
de una tarjeta cuyos descuentos le podían resultar ventajosos.
A esto solo
puedo añadir que siempre me he dedicado a vender de manera amable y nada
agresiva, lo cual a veces implica insistir -aunque jamás
arrollar- al cliente ante su indecisión; y lo siento, pero me tengo por honesto
y honrado tanto en mi vida personal como profesional. Además, antes
de juzgar como clientes quizás deberíamos aprender a considerar qué
vendemos cada uno luego en nuestras respectivas actividades
o profesiones, como creo que acertadamente indica Daniel H. Pink en
su último libro: de uno u otro modo, a todos nos corresponde vender
algo. En cuanto a los vendedores, también según mi experiencia -pero
contrastada durante algunos años- vende quien tiene por hábito vender. Discrepo
de quien piensa que todo esto se basa en que unas personalidades
venden mejor que otras porque cada persona puede encontrar su forma de vender
siempre en función de su naturaleza y cualidades.
De verdad, vende
mucho sobre todo quien es disciplinado en proponer la venta, y esto es
estadística. En cualquier caso, y por concluir con este aspecto, sería
conveniente que aprendiésemos a tomarnos con naturalidad en nuestra
sociedad el fenómeno de la venta, siempre y cuando no resulte intrusivo,
que es lo que lo fuerza y desnaturaliza. De hecho, le veo sinceramente poco
futuro a la venta agresiva, dado que generar malestar o sentimientos de
culpa en quien compró es garantía de que no se te vuelva a comprar. De lo que
al final se trata es de vender mejor, y esto coincide a mi
entender con mejorar las condiciones de compra del cliente, que a su
vez es consecuencia directa de la mejora del servicio al
cliente. Si dispensamos mejor trato al cliente, y considero mejor trato un
servicio más atento, amable, respetuoso y personalizado, si vendemos
con amabilidad y franqueza -además de con efectividad-, si en
definitiva tratamos al cliente antes como persona que como cliente y lo hacemos
por principio, la persona se fiará de nosotros y escuchará como cliente lo que
podamos honestamente proponerle. Lo sé porque lo he visto.
La honradez es
rentable. También lo es para vender, máxime cuando el cliente
dispone cada vez de mayor información previa sobre los productos de su
interés gracias a internet y la tecnología.
Lo que sí debo decir que he disfrutado es coordinando un
equipo. Lo he disfrutado y también sufrido porque parece una actividad fácil
desde fuera pero desde dentro sabemos que no lo es, además de que su
destreza se aprende como en pocos cometidos por error, o -mejor
dicho- por sucesión de errores: con y solo con experiencia. No he sido el
jefe del departamento de la tienda en la que he trabajado sino que mi área
de actuación se circunscribía a organizar el trabajo de los vendedores en la
propia tienda, lo que requiere de una clara orientación a resultados, y de
una cierta mano izquierda -a veces derecha- con las personas. Cuando me despedí
por correo recientemente de unos cuantos de los que fueron mis compañeros,
quise compartir con ellos una breve -pero para mí fundamental- reflexión, con
la esperanza de que pudiese resonar en cada uno: conseguir crear y mantener
entre todos y para todos una mentalidad de equipo y un consiguiente ambiente
saludable es tan difícil como posible y merece la pena apostar por ello.
Comentaba posteriormente por teléfono con uno de los receptores de
aquel mensaje a qué me refería con mentalidad de equipo: es algo que
sucede de forma natural cuando realizas tu trabajo como contribución y para
ayudar al resto de compañeros a sacarlo adelante, cuando lo que te mueve a
trabajar es la satisfacción personal de poner tu granito de arena dentro de un
conjunto de acciones colectivas cuya sinergia se traduce en unos
resultados que son de todos y para todos. Si bien es cierto que en cualquier colectivo
profesional entran en juego variables de todo tipo que condicionan y
pueden obstruir el establecimiento de esa mentalidad de equipo a la que me
refiero, estoy convencido de que el espíritu de cooperación puede llegar a
convertirse en el factor predominante de motivación entre los integrantes
de un grupo de trabajo.
Esto ocurre cuando cada miembro lo asume y se siente
tanto agente como partícipe del proceso y los resultados del
equipo, una dinámica que podemos percibir porque sentimos
que nos apetece de verdad acudir cada día a trabajar. Que consigamos
que nos apetezca trabajar con nuestros compañeros me parece no solo
importante sino fundamental: algo de esto he tenido la sensación de vivir en
determinados periodos y momentos durante los últimos 5 años y puedo
asegurar que me lo llevo como el principal regalo que haber
desempeñado este trabajo me ha concedido, además del goce que ha supuesto
la autonomía para gestionar mi labor tanto en la organización
de tareas como en la dirección de personas.
En lo que se refiere a la gestión de personas, me
he preocupado siempre por establecer y mantener con más o menos pericia un buen
ambiente en la sección que he coordinado. Para ello, quiero ser muy claro
acerca de una cuestión: concibo la selección de personal como la clave del
éxito en el funcionamiento de cualquier equipo. Y, habida cuenta de que
nuestro desempeño en este trabajo no es complicado sino más bien sencillo y
mecánico, reconozco mi preferencia por vendedores con buena actitud y
que me parezcan generosos y honestos, porque he comprobado que son los que
acaban ofreciendo mejor rendimiento a largo plazo. No valoro -y tiendo a
sancionar- comportamientos egoístas, desleales y mucho menos cizañeros o
aviesos. Es más, no quisiera a nadie así en cualquier equipo de trabajo, de
tenerlos se requiere de verdadero tiento para aletargar o
reconvertir tales inclinaciones narcisistas, y además me parece
calamitoso que a personas con mentalidad y conducta poco deseables se las pueda
promocionar a cualquier cargo que implique dirigir a otros porque no tenderán a
ser ni confiables ni justos, siendo -como son- tanto la confianza
como la justicia los factores sin los cuales ningún equipo es
sostenible.
Creo sinceramente que cualquier persona sin la madurez de
haber desarrollado tanto una preocupación consciente por los otros -aquí
compañeros- como el convencimiento de que dirigir implica tomar
decisiones relacionadas con -y que afectarán a- personas, todavía no
está capacitada para un puesto directivo, por leve que este sea. Una cosa es
ser buen jugador y otra distinta ser buen capitán y entrenador. Buena
parte de los problemas que he visto y veré en todos los trabajos guardan
relación con la selección previa -y el mantenimiento sin reorientación
alguna- de una persona inadecuada emocionalmente para la
dirección de personas, y que -por consiguiente- tampoco elegirá a personas
de actitud idónea para la cooperación en un grupo. Cuestión
diferente sería cuál es la manera más apropiada de manejar conductas
egoístas con una situación dada, pero por eso mismo estimo la selección previa
como un tema crucial, del mismo modo que considero bastante más útil prevenir
conflictos que intentar solucionarlos.
Por otra parte, siempre he sido
bastante dado a conversar con el resto de miembros del
equipo y me ha gustado saber que conversaban entre sí. Las
conversaciones pueden resultar muy útiles para explicar no solo el trabajo
sino las causas y objetivos de las diversas tareas, lo
que suele traducirse en un aumento del rendimiento y la productividad.
Además, el hábito de conversar propicia la generación de un
espacio que permite que las personas tiendan a sentirse libres
para manifestar tanto inquietudes como discrepancias
y consensos, e incluso posibles discordias; es importante que estas últimas
no permanezcan latentes porque, cuando las personas empezamos a dejar de
compartir cómo nos sentimos con nuestros compañeros, hemos iniciado la renuncia
a comunicarnos con ellos y toda incomunicación suele acabar
en enfrentamiento o divorcio.
Me gustaría poder afirmar que lo hice suficientemente
bien, pero ni es algo de lo que pueda estar seguro ni me corresponde a
mí valorarlo. Sí puedo decir que acometí a cada momento lo que creí que
debía hacerse y que procuré mantener una actitud de lealtad tanto hacia
mis compañeros como hacia las pautas de actuación de la empresa. Aprendí
a preocuparme por un equipo y a respetar la cadena de mando,
aunque también a saltármela cuando la situación lo requería para
conseguir lo que aquella debería proporcionar y -sin embargo- en ocasiones
parecía obstaculizar. Solo espero haber sabido contribuir en alguna medida a
una estancia más productiva y amena para cada una de las personas con
las que coincidí en la tienda, haberle proporcionado con mi esfuerzo una
mayor productividad a la empresa -como era mi responsabilidad y
labor- y creo que en la vida llegan momentos en los que sabes que
corresponde ceder el paso y marcharse para ocuparse de cultivar nuevas sendas.
Reconozco que tiene poco sentido para mí continuar trabajando en una
empresa con cuya manera de proceder hace tiempo que no me encuentro
alineado, pero al mismo tiempo le agradezco haberme concedido la oportunidad de
desarrollarme profesionalmente al permitirme descubrir la vocación de
desplegar activamente el autoconocimiento tanto intrapersonal como
interpersonal en un grupo de trabajo, lo que sí me parece que tiene mucho
sentido.
De alguna manera, me siento fuertemente atraído por ese viaje que
consiste en desarrollar la inteligencia emocional en correlación con la
colectiva, y me encantará investigarlo y quizás vincularme profesionalmente en
un futuro a alguna actividad implicada en esta investigación. Pero
esto era solo un apunte, quizás una tendencia. Sea como
fuere, haremos camino al andar...
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